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Conexiones 3CD

«Tiene que estar bien…tiene que estar tranquila» (HABITAR EL DUELO)

Enero del presente, me mostró la intensidad del vivir humano. Viajé antes de lo previsto (al sur) a visitar a mi madre, pues su compañero de vida durante sus últimos 30 años, se encontraba con su salud muy delicada. Se había contagiado de COVID. Fue hospitalizado, su condición se agravó, agonizó por una semana y falleció.

“Velarlo sus dos noches, llorarlo acompañado y darle una santa sepultura”, eran los pedidos que me hacía mi madre. Pero estábamos solos (los dos) en ese caserón envejecido. Hice todos los ritos necesarios y otros no tanto, para aminorar el impacto de un duelo violento, abrupto.

Me otorgaron 90 minutos para sacarlo de la morgue y llevarlo al cementerio, haciéndonos acompañar por 5 personas al interior de éste. Fue una conexión brutal con la muerte, la vejez y la soledad.

Durante la agonía y posterior partida del Lucho (la pareja de mi madre y referente significativo para mi), me quedé reflexionando durante muchos días y muchas noches del poder de las palabras. Esto de que no solo describen el mundo, sino que lo generan…lo significan.

Pude vivir el duelo de mi madre, observando su negación (“lo mataron en el hospital”; “¿sería él a quién nos entregaron…?”); la rabia (buscar quién lo contagió) y esperando que en algún momento la visite la aceptación de lo sucedido…al parecer, las etapas del duelo.

Todo lo anterior, a propósito de lo que un grupo de personas, en las afueras del cementerio, le decían: “tiene que estar tranquila, tiene que estar bien…»

En ese momento observaba algo aturdido y cansado ese ritual tan censurador del sentir en plenitud. De su derecho a habitar su dolor, pues es inevitable. Dichos pedidos, estaban cargados del mandato, de la compostura. Del ESTAR de una determinada manera. Mi madre, vieja, ahora sola, se le había ido su compañero de vida, sin previo aviso, sin poderlo sentir en su lecho de muerte, sin poderlo ver, tocar, sin poder velarlo «sus dos noches» como hacemos los sureños en Chile. A mi me llegaba brutal, devastador. Mi madre no tenía que estar de determinada manera. Simplemente, habitar su dolor, vivir su duelo.

 

El control del dolor trae sufrimiento. Y el sufrimiento es el dolor de lo que no te hiciste cargo. De ahí la importancia del sentir en plenitud, para que cuando el dolor cese, pueda igualmente, en plenitud, celebrar la vida.

Por cierto, no existía “maldad” en las personas que se lo pedían, pero estaba cargado de una inmensa ceguera, de un nivel de consciencia que no permite ver lo suficientemente al otro, escucharlo, empatizar con su pena y simplemente acompañar.

Se había muerto su amor, su compañero de vida, su viejo…

Nadie tiene derecho a decirle a un ser humano que TIENE QUE ESTAR BIEN…tranquilo, cuando ha perdido a un ser significativo, importante, en su vida. Eso me llega violento.

Es por ello, por lo que escribo este artículo-testimonio, para relevar una y mil veces la importancia de estar:

  • más despierto que nunca,
  • más consciente que nunca,
  • más conectado que nunca,
  • más educado emocionalmente que nunca.

Pues desde esa ceguera o adormecimiento, desde esa pereza del ser, podemos hacer mucho daño. Elefantes en una cristalería. Las palabras no se las lleva el viento…

Es ahora donde necesitamos explorar y agudizar nuestra sensorialidad. La ceguera mata el sentir del otro. Un legítimo otro como diría Maturana.

Una de las noches más oscuras que me ha tocado vivir, viendo a mi madre, sola, triste  y envejecida, frente a su altar que le preparé con flores de su jardín y una fotografía de su viejo, creo haberle dicho:

“Vive tu pena mamá, vive tu duelo como quieras vivirlo, el tiempo que necesites, pues yo estaré ahí para acompañarte y si lo permites, cuando ya te canses de llorar, salir al patio y volver a disfrutar juntos de los retazos de cielo azul entre el follaje de tus ciruelos”.

De regreso a Santiago, creo haber escuchado la voz de mi madre, susurrándome al oído:

“Hijo, necesito que me llames cada tarde…

Sin ti, me quedo sola con mis ciruelos”

 

Y tú, ¿Qué dolor estas intentando controlar?

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